martes, 2 de septiembre de 2014

"Lucy": Pseudociencia pulp

El diseñador del cartel tampoco es que se matara
Luc Besson es, básicamente, un formalista. Sus películas no suelen tener gran sustancia pero, a cambio, ofrecen escenas visualmente espectaculares, algunos momentos emotivos e incluso interpretaciones notables. Por ello, hace un cine que entretiene, no desagrada pero que rara vez queda en la memoria cinéfila durante mucho tiempo (salvo excepciones como "El gran azul" y "León: el profesional").

Su última película, "Lucy" cumple con todas esas características y supone un refrescante entretenimiento veraniego que, pese a basar su atractivo en la promesa de escenas de acción trepidante, tiene un aire diferente a otras cintas estivales gracias al baño trascendental que el director y autor del guión le ha conferido. Porque la película es, en pocas palabras, una diatriba pseudocientífica al servicio de un pulp resultón.

Lo primero, porque su argumento se sustenta en ese mito (rechazado por los científicos) según el cual los seres humanos utilizan menos del 10% de su capacidad cerebral. La película plantea qué ocurriría si una persona llegara al 100%. Y eso nos lleva a la segunda parte, el pulp: según la película, lo que pasaría sería un montón de cosas que propiciarían escenas de tiros y persecuciones destrozonas en un primer momento y, a medida que avanza la trama, hechos más extraordinarios que entran de lleno en la ciencia ficción.

La cinta es totalmente inverosímil y su fabulación sobre lo que podría ocurrir en el caso de que un humano alcanzara su plena capacidad mental se nos antoja exagerada (básicamente, se transformaría en Dios). Pero no creo que sea conveniente tomar en serio la cháchara que expone la película (de boca de Morgan Freeman, principalmente) porque es evidente que ésta es una mera excusa para que Besson se pueda desmelenar visualmente.

Y eso no se le puede negar: la película es vistosa, no escatima violencia y el ritmo nunca decae. Además, logra momentos realmente emotivos, como aquel en el que la protagonista, al descubrir su nueva condición, llama a su madre para decirle que está bien, pero es realmente una despedida de su humanidad. Y, en ese desatino que supone todo el clímax con ínfulas metafísicas de la película, Besson logra un momento de rara poesía (spoiler): cuando la protagonista se encuentra cara a cara con su tocaya, el primer homínido de la creación .

Scarlett Johansson es una buena actriz y logra mostrar perfectamente la evolución radical de un personaje que pasa de ser una chiquilla atolondrada y juerguista a un ser cuasidivino. Poco a poco va enfriando sus emociones para, una vez alcanzado el máximo estadio de su evolución, desconectarse de lo inmediato con el fin de concentrarse en la totalidad de la existencia (sí, así de engolada llega  ser la película). La actriz tiene una sensualidad natural que no puede evitar aunque quiera, pero Besson no abusa del sex appeal de su estrella. Morgan Freeman, por su parte, hace muy bien de Morgan Freeman y con este papel da un paso más en su encasillamiento como hombre mesurado y afable que lo sabe todo.

El apartado técnico es impecable, máxime teniendo en cuenta que es una producción de presupuesto medio, y si algo hay que destacar, es la partitura de un Eric Serrá más atinado que de costumbre. En suma, "Lucy" es hora y media de desenfreno que, pese a la insólita ausencia de sentido del humor que muestra la película, sirve para pasar el rato si uno no hace demasiado caso a su trama y se concentra en los aspectos más sensoriales de la narración. Vamos, lo de siempre con Luc Besson.