domingo, 18 de enero de 2015

Birdman: artificio en busca de la verdad

El protagonista es atormentado por Birdman, el papel que
le dio la fama en el pasado.
Tengo cierta antipatía hacia el cine del director mexicano Alejandro González Iñárritu: tras la sorpresa que supuso Amores perros, sus películas posteriores (21 gramos, Babel, Biutiful) siempre me han parecido pornografía del dolor adornada por la supuesta modernidad de un montaje asincrónico, puro tremendismo sensacionalista cultureta. Por eso, no esperaba gran cosa de Birdman, a pesar de que tenía muchas ganas de volver a ver al gran Michael Keaton como cabeza de cartel. Y, por suerte, mis temores eran infundados.

A Iñárritu se le siguen notando las ganas de epatar (esa banda sonora a base de percusión) pero, en este caso, la elección de un falso plano secuencia como hilo narrativo es asombrosamente efectivo y justificado: la película es la mayor parte del tiempo un viaje a la cabeza de Riggan Thomsosn (Keton), un actor en decadencia que se hizo famos por interpretar la superhéroe Birdman y que busca reivindicarse como intérprete serio en una obra de teatro en Broadway que él mismo ha escrito y dirgido y en la que ha puesto todos sus ahorros. De este modo, se mezclan los hechos objetivos con las ensoñaciones y fantasías paranóicas del actor, algo que en la vida real sucede de manera simultánea, de ahí la efectividad del plano secuencia.

Se podría criticar que este recurso dramático pierde solidez cuando la narración abandona a Keaton y se centra en otros personajes (el plano secuencia, por tanto, no se identifica siempre con la experiecia vital del protagonista), pero en todo caso, esas interrupciones son necesarias para que la película respire, pues sería agotador permanecer todo el tiempo en la cabeza llena de inseguridades de la estrella,  y además ofrecen información adicional sobre Riggan Thompson, pues ayudan a comprender mejor el entorno que lo agobia. En todo caso, se trata de un articficio técnico que logra transmitir mucha verdad pese a que podría ser fácilmente acusado de exhibicionismo vacuo.

La película es una auténtica tragicomedia con altas dosis de crueldad: no olvidemos que esto es Iñárritu puro, su especialidad es putear a sus personajes para crear la empatia del público. Por ello, aquí la comedia surge de poner en ridículo al elenco, en escenas innegablemente divertidas como son la pelea entre los dos actores como si fueran niños en un patio de recreo, o el hilarante y a la vez agobiante momento en el que el protagonsta debe cruzar Times Squeare en paños menores. En el drama la cosa funciona de manera parecida: el rapapolvo que Emma Stone le pega a su padre en la ficción (Katon) es desgarrador, así como también lo es la discusióne entre el protagonista y una dura crítica de teatro. En ambos casos, la clave es, de nuevo, ridiculizar al personaje.

Como es de esperar, la interpretación es sobresaliente en todo el reparto. Es un vehículo de lucimiento para Keaton que el actor sabe aprovechar, si bien es cierto que su propio bagaje personal (él mismo es un actor en cierta decadencia que se hizo famoso por interpretar a un superhéroe) ayudan a establecer un vínculo inconsciente entre intérprete y personaje. En ese sentido, cabe alabar la visión de Iñárritu para ofrecerle el personaje precisamente a él, y la valentía del propio Keaton por atreverse con un papel que, por mucho que él lo niegue en entrevistas, sin duda debe de haberle revuelto algo por dentro. Estamos en un caso similar  al casting de Mickey Rourke en El luchador: la biografía de actor y personaje se funden.

El papel de Edward Norton, un divo del "método" es casi una autoparodia con un poso de amargura, pues ejemplifica algo que es sabido de muchos actores: que su dominio de la escena es inversamente proporcional al control de su vida personal. Naomi Watts sabe dotar de inseguridad a un personaje que, quizás, es el menos lucido del guión, y sorprende que el más comedido de todos sea el usualmente arrebatado Zach Galifianakis. Pero, particularmente, creo que quien se lleva la película de calle es Emma Stone, con un papel que se aleja de su típico pesonaje de chica encantadora y modosa.

Birdman es una gran película sobre el teatro, las inseguirdades personales y la relatividad de la vida, pues el protagonista vive un auténtico agobio vital por algo que, como le harán ver algunos, no deja de ser una nimiedad para la Humanidad como es un espectáculo de Broadway. Ese es, relamente, el drama de todos nosotros, para quienes nuestras pequeñas mundanidades son lo mas importante en un mundo terrible y complejo en el que, a decir verdad, no importamos un pimiento.

Una nota final: La cinta muestra el odio que siente Iñárritu hacia los superhéroes (un snobismo que no comparten todos los directores culturetas) y, en general, hacia el cine espectáculo actual con toda su parafernalia de galardones, vanidades y agasajos. Es, desde luego, una crítica válida pero, si de verdad fuera coherente con lo que defiende, debería retirarse de todos los premios a los que está nominado porque ¿aceptarlos acaso no es caer en la banalidad que tanto critica?)

domingo, 26 de octubre de 2014

2001: He visto lo Infinito (y me ha dado tiempo de volver para almorzar)

El próximo 28 de noviembre el British Film Institute presentará la reedición digital que ha elaborado de la inmortal 2001: Una Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Para anunciarla, ha difundido este trailer tan chulo que les adjunto a continuación. Aprovechando la coyuntura, recupero un pequeño texto sobre la película que redacté, si no me equivoco, en 2004 (¡hace 10 años ya!) para la revista de corta vida Psicosis, la cual creamos en su día quienes integrábamos entonces el Aula de Cine de la Universidad de La Laguna. En este tiempo no ha variado sustancialmente mi opinión sobre el film, aunque probablemente no le pondría tantos chistes facilones. En todo caso, pongo el texto sin correcciones, tal cual fue publicado, y espero que les guste (comienza tras el trailer mencionado)


Con la película 2001 me sucede lo mismo que con alguna mujer: no la entiendo del todo, pero me gusta.

Desde los tiempos de Griffith, el cine ha discurrido por la senda del melodrama. Las historias tienen principio, medio y final (aunque no necesariamente por ese orden, según Godard) y se centran en las peripecias de unos personajes con los que el espectador empatiza. Por ello se suele apelar a lo sentimental más que a lo conceptual, pues al parecer hay una ley no escrita que afirma que el cine no puede abordar asuntos elevados, ya que para eso está la literatura. Y entonces va el Kubrick y la arma con una película que trata, nada menos, que de la Evolución. Toma ya.

Esto descuadra a más de uno y comienzan las acusaciones: “No se entiende”; “Los personajes son caricaturas”; “Es muy lenta”. Todo es cierto, pero no implica que 2001 sea un film despreciable. Como diría Jack el destripador, vayamos por partes:

a) “La película no se entiende”: Bueno, después de haber leído algunos libros y visitado un par de páginas de Internet, creo que más o menos me he quedado con la copla. Va de monos, ¿no? (Es broma). El monolito aparece siempre que la Humanidad se dispone a dar un salto evolutivo. Está presente cuando los australopitecus descubren la habilidad manual para algo más que la masturbación, y también en el futuro, cuando el astronauta Bowman llega a un nivel superior de existencia tras haber abandonado su cuerpo físico y haber trascendido el tiempo.

La cuestión es la de siempre: al cine se le exige una decodificación inmediata, mientras que en otras artes está admitido que la obra en sí misma no basta para su correcta interpretación y es necesario consultar otras fuentes. Si esto vale para la pintura o la literatura, ¿por qué no para una película? Porque estamos de acuerdo que el cine es un arte, ¿no?

b) “Los personajes son caricaturas”. La reducción del componente humano a la mera condición de presencia es necesaria para la película: si por sí sola ya es compleja, lo sería más si también se interesara por los sentimientos y otras mundanidades de los astronautas. Kubrick deliberadamente simplificó las caracterizaciones para dejar claro el mensaje. La película no trata de la peripecia personal de Bowman y Poole; trata de la Humanidad (los astronautas) ante el desafío de la Evolución (el monolito).

c) “Es lenta”. 2001 no es, ciertamente, la película con más ritmo de la historia (aunque Tarkovski sigue como líder imbatido en la clasificación). Sin embargo, es el ritmo que precisa una cinta que no tiene las mismas necesidades que un drama al uso. En otro contexto, el vals de las astronaves sería inadmisible, pues no aporta nada a la trama. En cambio, es indispensable para el aparato conceptual de 2001, porque establece el grado de evolución al que ha llegado el ser humano. De unos instrumentos ínfimos y rudimentarios (el hueso), ha pasado a otros muy complejos y que, en el summun de la eficiencia, no sólo son útiles, sino gráciles (las naves bailan, pues se ha llegado a un estadio en el que la mecánica tiene cualidades estéticas). La propia presencia de Strauss no es caprichosa: la música es otro de los triunfos del hombre.

Pero el argumento último para defender 2001 se halla en la fascinación que provoca: si no te llega el mensaje, si no disfrutas las sugerencias que propone en el plano intelectual, te queda el mero placer visual, pues se trata de una cinta plena de imágenes fascinantes. Y es un film atrevido, que osa comenzar cuando no había hombres y finalizar cuando no existe el tiempo. Gracias a 2001, yo he visto lo infinito… y me ha dado tiempo de volver para almorzar.

martes, 2 de septiembre de 2014

"Lucy": Pseudociencia pulp

El diseñador del cartel tampoco es que se matara
Luc Besson es, básicamente, un formalista. Sus películas no suelen tener gran sustancia pero, a cambio, ofrecen escenas visualmente espectaculares, algunos momentos emotivos e incluso interpretaciones notables. Por ello, hace un cine que entretiene, no desagrada pero que rara vez queda en la memoria cinéfila durante mucho tiempo (salvo excepciones como "El gran azul" y "León: el profesional").

Su última película, "Lucy" cumple con todas esas características y supone un refrescante entretenimiento veraniego que, pese a basar su atractivo en la promesa de escenas de acción trepidante, tiene un aire diferente a otras cintas estivales gracias al baño trascendental que el director y autor del guión le ha conferido. Porque la película es, en pocas palabras, una diatriba pseudocientífica al servicio de un pulp resultón.

Lo primero, porque su argumento se sustenta en ese mito (rechazado por los científicos) según el cual los seres humanos utilizan menos del 10% de su capacidad cerebral. La película plantea qué ocurriría si una persona llegara al 100%. Y eso nos lleva a la segunda parte, el pulp: según la película, lo que pasaría sería un montón de cosas que propiciarían escenas de tiros y persecuciones destrozonas en un primer momento y, a medida que avanza la trama, hechos más extraordinarios que entran de lleno en la ciencia ficción.

La cinta es totalmente inverosímil y su fabulación sobre lo que podría ocurrir en el caso de que un humano alcanzara su plena capacidad mental se nos antoja exagerada (básicamente, se transformaría en Dios). Pero no creo que sea conveniente tomar en serio la cháchara que expone la película (de boca de Morgan Freeman, principalmente) porque es evidente que ésta es una mera excusa para que Besson se pueda desmelenar visualmente.

Y eso no se le puede negar: la película es vistosa, no escatima violencia y el ritmo nunca decae. Además, logra momentos realmente emotivos, como aquel en el que la protagonista, al descubrir su nueva condición, llama a su madre para decirle que está bien, pero es realmente una despedida de su humanidad. Y, en ese desatino que supone todo el clímax con ínfulas metafísicas de la película, Besson logra un momento de rara poesía (spoiler): cuando la protagonista se encuentra cara a cara con su tocaya, el primer homínido de la creación .

Scarlett Johansson es una buena actriz y logra mostrar perfectamente la evolución radical de un personaje que pasa de ser una chiquilla atolondrada y juerguista a un ser cuasidivino. Poco a poco va enfriando sus emociones para, una vez alcanzado el máximo estadio de su evolución, desconectarse de lo inmediato con el fin de concentrarse en la totalidad de la existencia (sí, así de engolada llega  ser la película). La actriz tiene una sensualidad natural que no puede evitar aunque quiera, pero Besson no abusa del sex appeal de su estrella. Morgan Freeman, por su parte, hace muy bien de Morgan Freeman y con este papel da un paso más en su encasillamiento como hombre mesurado y afable que lo sabe todo.

El apartado técnico es impecable, máxime teniendo en cuenta que es una producción de presupuesto medio, y si algo hay que destacar, es la partitura de un Eric Serrá más atinado que de costumbre. En suma, "Lucy" es hora y media de desenfreno que, pese a la insólita ausencia de sentido del humor que muestra la película, sirve para pasar el rato si uno no hace demasiado caso a su trama y se concentra en los aspectos más sensoriales de la narración. Vamos, lo de siempre con Luc Besson.